PALABRAS COMO JUGUETES, COMO COLORES QUE SON RIQUEZAS.
Mi nombre es Alejandro Cárdenas, soy papá de una niña de tres años y medio que se llama Ileana. También soy artista plástico y escénico, y trabajo desde hace algún tiempo especializándome en el desarrollo integral de los niños y niñas desde el arte y la cultura. Me dedico a la formación de formadores en arte y primera infancia y a la creación de obras escénicas y espacios de juego y creatividad para niños y niñas.
Hace poco vi un documental, The Beginning of Life, dirigido por Estela Renner y realizado con el apoyo de Unicef, y me impactó especialmente cuando afirma que la diferencia fundamental y dramática entre niños con una educación limitada y los niños que han contado con una educación de calidad, es que los primeros escucharían cerca de treinta millones de palabras menos y este universo lingüístico determina el curso de su infancia e incide de manera contundente en el adulto que serán. En el lenguaje español existen ochenta mil palabras según la RAE, pero se afirma que podríamos tener un número mayor a cien mil palabras, teniendo en cuenta los americanismos, y terminologías propias o adaptadas de cada región. Más allá de la cantidad de palabras, lo importante es la capacidad de generación y manejo del lenguaje, que es la misma generación de sí mismo, de identidad.
¿Qué significa escuchar 30 millones de palabras menos durante los tres primeros años?, ¿cómo afectará esto nuestra vida?. ¿No son acaso 30 millones menos de oportunidades?. Hay algunos niños que no solamente están afectados por la violencia, la falta de cariño, la falta de alimentación, la falta de servicios de salud adecuados y el desarraigo, sino que están afectados por la dificultad de nombrar el mundo, lo cual significa también, menos posibilidades de transformarlo. La pobreza simbólica incide de manera contundente en perpetuar la inequidad y no es una cuestión de cantidad, las palabras son a su vez afectos, descubrimientos y asombros, por ello es también una cuestión de contenidos vitales. En los primeros meses de vida, las palabras, las miradas y el contacto corporal están estrechamente ligados.
Podemos inferir de esta diferencia de posibilidades, que en los hogares donde los niños tienen un rico paisaje sonoro, hogares donde se leen cuentos juntos, donde se inventan historias, se canta y se hacen representaciones, donde los padres y familiares dialogan con los niños, les preguntan acerca de lo que sienten y piensan de aquello que viven diariamente, tendremos niños más dispuestos a expresarse, por uno u otro camino. Escuchar un mundo parlanchín sirve para entender los grises de la vida, de la tristeza, del amor y de la complejidad de la existencia. Esa disposición a la conversación y a la escucha que genera millones de palabras adicionales, nos permite ingresar a un mundo que no es en blanco y negro. Todos podemos acceder a un mundo de colores, no existe una condición por la cual solo algunos puedan acceder a esta riqueza simbólica. La condición es la de un mundo dispuesto, gozoso de expresión, libre y dispuesto a escuchar al otro, este es el camino de la palabra, de los colores, los movimientos y las texturas. Permitir que se despliegue ese camino, no depende sólo de los padres, depende de la sociedad en general.
Los humanos no solamente nos expresamos a través de las palabras, de hecho hay un sinnúmero de sensaciones, ideas, sentimientos y relaciones a dónde las palabras no alcanzan a llegar. Pero la poesía si, la música, la pintura, la danza, el teatro y todas las disciplinas y lenguajes artísticos llegan, y tal vez fundan, lugares profundos y misteriosos, más allá del mundo estático que alcanza a ser iluminado por las palabras.
En este sentido, es igual de importante que los niños y niñas estén en contacto con el mundo de las palabras que con otros mundos sensibles, como el de los sonidos, los olores, los colores, los movimientos, las texturas y los sabores, pues todo ello constituye millones de oportunidades más de conocer y de transformar el mundo. Esta es la riqueza simbólica y cultural, que no se puede robar ni perder. Las materias de estos lenguajes artísticos son altamente maleables y constituyen una “paleta” expresiva y un impulso para la creatividad. No precisan de una sintaxis ni de una gramática particular para ser altamente comunicativas, significativas y generadoras de sentidos. Los primeros gorjeos y balbuceos de un bebé, sus primeros garabateos, los primeros ritmos que tararea con su voz, aún antes de pronunciar palabras, sus primeros gestos y muecas, todo ello conforma el universo sensible que no solo comunica sus sensaciones y sentimientos, sino que lo recrea y apropia, Un lenguaje, antes del lenguaje, que es posible interpretar, valorar y enriquecer.
Los humanos no solo necesitamos conocer las palabras y las ideas, emociones y sentidos que vienen incrustados en ellas, necesitamos crear y recrear formas de nombrar, de hacer sentido y comunicarnos para seguir siendo humanos. Cada niño que llega al mundo reinventa el lenguaje, pues las palabras antes de ser signos son juguetes y el niño juega con ellas como lo hace con los colores, los sonidos y los movimientos y al hacerlo no sólo recrea el mundo, también recrea la humanidad.
Conocer y experimentar estos lenguajes artísticos constituye una oportunidad definitiva de establecer relación con el mundo para todos aquellos niños que no pueden ver, escuchar, moverse o hablar. Un lenguaje artístico puede ser en estos casos igual de complejo que el lenguaje escrito, pero aún más necesario.
Cuando un niño identifica qué le gusta o qué le disgusta entre una serie de sonidos, movimientos o colores, por ejemplo, y logra reconocerlos como placenteros o desagradables, está tomando una decisión ligada a su autonomía y a la construcción de su independencia. Sumado a esto, el juego, la exploración y el disfrute con los lenguajes artísticos permite a los niños y niñas desde la primera infancia conocer y transformar el mundo así como conocerse y transformarse a sí mismos en el proceso. No se trata de “saber palabras”, “reproducir sonidos” y “hacer movimientos”, desde aspectos mecánicos, gramaticales y sintácticos, por ejemplo. Es preciso admitir universos poéticos donde conviven la imaginación, la creatividad y la fantasía. El niño produce magia y la necesita y no hay un lugar más propicio para que ella sea posible que el mundo del juego y el arte. En un mundo en el cual hay ausencia de estos lenguajes, los niños no despliegan todas sus posibilidades y, por ende, no llegan a conocerse realmente.
Para nosotros los adultos, los caminos del arte son una oportunidad de conocer toda la potencia de novedad que los niños traen consigo. Por ejemplo, es difícil, e incluso tortuoso, saber cómo pasaron los niños cuando regresan del jardín. En principio ellos no disfrutan haciendo relatos como respuesta a los adultos, generalmente responden con monosílabos y lugares comunes. No obstante ellos lo dirán en canciones, cuentos y dibujos que si sabemos “leerlos” nos permitirán tener acceso a su mundo, de medo menos literal y más poético, pero igualmente expresivo. En efecto, que los niños conozcan, experimenten y disfruten en su primera infancia prácticas artísticas, nos permite conocerlos más, saber quiénes son, qué les gusta, qué les disgusta, qué los hace reír, qué los pone tristes, qué les genera interés y curiosidad, y ello nos permite proponer más y mejores oportunidades de aprendizaje. Podemos marcar una diferencia de 30 millones de oportunidades para todos, abriéndonos a un mundo parlanchín y juguetón.
Para conocer más del trabajo de Alejandro puedes visitar : Nimbu Laboratorio Espacial
Imágen: “Imaginación” por Nimbu Laboortario Espacial